El ojo tiende a operar como una lente angular, consumiendo todo lo que se desplaza en su zona de acceso. La mente escoge fragmentos de este material según como haya sido instruído o según las obsesiones de cada uno. Es necesario seleccionar para registrar y ahondar en lo que se está mirando.
Enrique Banfi y Silvana Perl nos proponen, justamente, dicho ejercicio en sus inquietantes Obras del mirador. Inquietantes porque los artistas insisten en que detengamos nuestra visión en un solo detalle del sinfín de posibles puntos de enfoque que se desparraman frente a nuestro panorama ocular.
Normalmente no percibimos notas individuales cuando escuchamos música, ni vemos las pinceladas de una pintura; tampoco notamos el grano de una foto o los poros de la piel que acariciamos. ¿Por qué, entonces, no aislar detalles del paisaje? ¿Por qué no preocuparnos por pedazos de manifestaciones que en sí están enteros? ¿Por qué no mirar sólo unos centímetros de una Nereida de la genial Lola Mora?
Queremos lograr un contacto más cercano y más profundo con lo que nos rodea. Primero, se puede empezar por la totalidad o, al revés, por una fracción de esa totalidad. Banfi y Perl nos proponen examinar lo "micro" para apreciar mejor lo "macro".
Poner nuestros ojos frente a los miradores que han sido colocados para observar distintos ángulos de Las Nereidas nos obliga a repensar nuestra relación con la que una vez fue una controvertida obra de arte a la que, generalmente, devoramos con una sola mirada. Con la ayuda de los miradores podemos entender mejor cómo la escultora tucumana talló sus figuras, sus texturas, sus curvas.
Vamos desarmando un rompecabezas al realizar una especie de operación al revés. El ojo empieza a buscar no sólo totalidades, sino también componentes, puntos de enlace, contrastes, detalles que tal vez sugieran algo totalmente inesperado, fuera de contexto. El ojo y su amo, la mente, son ágiles confabuladores y tanto la imaginación como la fantasía pueden empezar a volar cuando la mirada enfoca un detalle anexado a la totalidad.
El ojo puede convertirse en un poeta de imágenes inimaginables, en un compositor de contextos imprevistos.
Con una simplísima construcción compuesta por dos caños, Banfi y Perl nos ofrecen un viaje al universo que tiene lugar más allá del pequeño círculo circunscripto por la visión. De ahora en adelante, el que se acerque a algunos de los miradores de Banfi y Perl verá -del otro lado del espejo- como Alicia, un sitio en donde los fragmentos se consolidan en una unidad y los detalles reciben órdenes para integrarse en obras maestras coma esta genial fuente de Lola Mora.
Edward Shaw
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