Hacer arte en la calle, tomar a la propia ciudad como soporte y elemento de la obra, es tomar una posición definida en el terreno del arte. Implica interactuar con el público en general, es llevar el museo hacia el afuera, es exponer y exponerse, en el sentido más literal del término, a todas las vicisitudes de la vía pública. El asombro, la indiferencia, la benevolencia, la ignorancia, la contemplación, la curiosidad, la sorpresa, el rechazo, son reacciones posibles de un público heterogéneo y constituyen un desafío estimulante y enriquecedor para quien ha tomado esta posición en el campo de las artes, sean plásticas, teatrales, musicales o literarias.
Implica también recuperar un espacio históricamente natural de existencia de la obra de arte: el espacio público, sea éste la plaza, la calle, el circo o el templo. Es una propuesta contemporánea tomar la urbe como un espacio compartido y propiedad de todos sus habitantes, para en ella discurrir sobre los propios elementos urbanos como disparadores de obra. Obra que lee e interpreta a la ciudad, su historia, su estética, sus conflictos, sus preguntas, y los devuelve como hecho artístico. Una obra en la calle merece un respeto igual al de cualquier obra expuesta en un museo o galería, tal vez hasta requiera de mayor cuidado, dado que carece de los elementos de protección propios de los ámbitos cerrados. Esta misma necesidad de cuidado es, en nuestra experiencia, generadora de una actitud colaboradora del público, y desarrolla en la gente un respeto por el arte en general y un respeto por lo urbano. Una obra en la calle es propiedad de las personas que allí viven o circulan.
Como en toda obra de arte, todo elemento constitutivo de la misma es esencial y no prescindible. En el caso de obra en la calle este diálogo con el entorno solo puede entenderse y apreciarse en su ubicación específica. Suelen ser en general obras no transferibles, y una modificación del medio implica una profunda alteración de la obra. En el caso que nos ocupa y nos preocupa, el proyecto Proa al Sur fue desarrollado sobre cuatro barcos anclados en un puerto pletórico de viejas embarcaciones, con la tradicional imagen del puerto de La Boca. A pesar de contar con todas las autorizaciones necesarias, nuestra obra fue víctima de una violencia innecesaria: en una noche, los barcos desaparecieron. Quedó el agua contaminada del Riachuelo, la desolación de un puerto vacío, y un barco encallado que por cierta fortuna no pudo ser retirado y se transformó en el único soporte y baluarte de nuestra obra. De puerto de trabajo e histórico a desolación y barco a pique. ¿Será que blancos yates o catamaranes llenarán este vacío? Tal vez nuestra obra haya servido, sin quererlo, como testimonio.
Declaramos a nuestra obra "resto", resto de obra mutilada, y también testigo no mudo de estos hechos.
Y decidimos incluír en nuestro trabajo este manifiesto y una crónica de los acontecimientos:
Crónica I
El día 12 de Diciembre de 1998 se inaugura la obra Proa al Sur, un homenaje a los inmigrantes que poblaron este país y al antiguo puerto de Buenos Aires, hoy barrio de La Boca.
Crónica II
El día 22 de Diciembre a la noche y durante la madrugada se realizó un operativo por el cual se retiraron los barcos que poblaban el puerto...
Crónica III
...con ello la obra Proa al Sur y el paisaje portuario resultaron severamente dañados...
Crónica IV
...la obra que se desplegaba sobre varios barcos, fue mutilada, quedando de ella sólo este resto que se erige como testigo.
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